martes, 29 de septiembre de 2009

Cuentos de Vitus: Billar

Se restregó los ojos lagañosos y luego echó un bostezo que fue la envidia de los otros demonios. Tan paternal le supo a la puta, aquella nalgadita que le obsequió, que casi se olvida de cobrarle las tormentas de su vientre.
Se desayunó una grapa y los restos de un cenicero de lata, mientras hurgaba los bolsillos de su saco marrón en busca de dinero. El maremoto de sábanas revelaba el rigor de la noche, o al menos dejaba adivinarla. En sus dedos aún quedaban los rastros de tiza azul. Había sido una buena noche. Se había ganado un alma en una sórdida partida de billar.
La apuesta había ascendido a más de 5000 pesos, pero Vitus a último momento, le ofreció un trato generoso
― Oiga buen amigo, si ud. gana yo le doy el doble de lo convenido, en cambio si usted pierde me da su alma ―.
― Trato hecho ― respondió el joven con una sonrisa de paraíso que daba asco.
No fue sino un trámite instantáneo para Vitus. Una partida silenciosa, sórdida, sin exclamaciones. Porque así son los demonios en la victoria. Seres hermosos y de lo más circunspectos.
El joven se retiró en un exhibicionismo de ostentaciones. No dejaba de cacarear que el verdadero vencedor había sido él, porque sin proponérselo aquel estúpido viejo se había dejado timar.
Apenas puso un pie en la garúa de la calle Corrientes, la noche le atravesó las carnes para siempre y su piel se arrugó como un bollo de papel tissue, sus ojos se copiaron en una neblina espesa y amarillenta, y sus miembros abandonaron toda fuerza pretérita. Ingenuo repetía y repetía, aún su extrañeza, aún la música del infierno que resonaba como un eco dentro de su cabeza ― he timado a un viejo ―.
Aquellas fueron las únicas palabras que pudo repetir hasta sus últimos días.

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